sábado, 19 de enero de 2013

La última apilada

Borocotó (El Gráfico, Nº1897, del 30 de diciembre de 1955)

Así, en la misma situación, luego de escribir el título de esta página y mi seudónimo, más de una vez pensé en que algún día escribiría mi última apilada. Y ha llegado ese momento. El motivo, dicho en términos oficiales, es el de que "me acojo a los beneficios jubilatorios". Si alguna vez tenía que ser, la verdad es que satisface que sea por dicha causa.
En el número del 18 de junio de 1932 apareció la primera Apilada. En el lapso de veintitrés años y pico fui volcando sobre esta página anécdotas, reflexiones y brochazos con olor a polvareda de baldío. No nació Apiladas como termina. En el andar surgió el recuadro que vestí de lila y blanco en homenaje al recuerdo del cuadrito inolvidable del barrio también inolvidable. Era el Sacachispas. Así fui recuadrando a su conjuro la vida futbolística de la infancia. Si lo hice bien o no, queda a criterio de los lectores. Solamente me cabe el derecho de expresar que de mi tarea periodística es lo que más estimé. En esos pincelazos puse lo mejor de mí, lo que llevo más adentro: el recuerdo de una infancia feliz, por lo pobre y por lo LIBRE. Alguna vez dije que a cambio de pobreza Tata Dios nos había otorgado la fortuna de la libertad.
De lila y blanco, color de glicinas, que el sentimental Lecherito dijo que tenían color de sueños, vestí picados callejeros y de baldíos. Mi cuadrito se llamó Sacachispas. A los años, con igual nombre y similares colores, surgió otro que lucha por canchas argentinas. Los hay también más lejos, dispersos por el mundo. Amigos lectores que se vieron identificados con los personajes y las andanzas de aquel cuadrito me han escrito muchas veces expresándome: "Me sucedió a mí" o "Nos sucedió a nosotros". He pensado, sin jactancia, que alguien tenía que cantarle al baldío y que Tata Dios me concedió ese privilegio que le agradezco con todo el alma.
Debo referirme a "El Gráfico". Sintéticamente le digo que le debo lo que soy, pero le he dado todo lo que tenía. Comencé a escribir en esta revista en 1926. Al comienzo del año siguiente fui incorporado al plantel de redactores. En algún lugar hay que pasar la vida. Y más de la mitad de la que llevo vivida transcurrió en esta cordial casa. Miro hacia atrás y me veo llegar con una valija llena de ilusiones, pero también con un propósito: no quedarme. Nunca había estado mucho en ningún trabajo. Tenía sed de horizontes. Tanto es así que ni guardé los ejemplares de los primeros cuatro años que trabajé en "El Gráfico". Me sentía de paso. Sin embargo, me quedé. Y ahora que el tiempo se fue yendo camino adelante como un pelotón de ciclistas que a uno lo planta, declaro que me satisface en lo más hondo el haber formado parte de esta fraternal familia que es la Editorial Atlántida, a cuyo padre, Don Constancio C. Vigil, lo perdimos hace poco más de un año. Pero su espíritu paternal la sigue animando, y quiera Dios que sea por siempre. Aquí nunca tuve patrones. Fue Don Constancio; son Aníbal y Carlos, sus hijos. Para conversar con ellos, para intercambiar opiniones, nunca tuve que pasar por el filtro de una hilera de secretarias, sino allegarme simplemente a sus oficinas, cuando no vinieron ellos a la mía. Por eso, y por lo que me habrán tolerado, me quedé. De lo contrario habría seguido andando, porque venía con un cargamento izquierdista acumulado en mis largos días de obrero, desde estibador de los barcos de carbón hasta los de chofer, y estaba prevenido contra toda presión capitalista. Precisamente para entrar de redactor en "El Gráfico" colgué mi libreta de chofer de casa particular. No la tiré. Podría hacerme falta... He trabajado. Puede ser que mucho, pero en un ambiente de tan cordial comprensión que si me devolvieran la adolescencia que tuve y me colocaran en un punto de partida, elegiría sin vacilaciones el "aterrizar" nuevamente en esta casa. 
Y pediría los mismos compañeros y directores. No se si ellos pensarán lo mismo. continuará...

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